¿Qué aprende aquella persona que lee este libro?
Andrés y Eduardo no parecían hermanos. Tal vez por su aspecto físico tan diferente; quizás porque sus personalidades no coincidían en lo más mínimo. Era como si hubiesen decidido mutuamente separarse el uno del otro, dejar de pertenecer a la misma familia… y lo hacían muy bien: ya no coincidían en sus preferencias, ya no frecuentaban los mismos lugares como, cuando niños, sus padres los llevaban de paseo. Preferían permanecer distanciados, como si cada uno de ellos no pudiera realizarse en presencia del otro.
Al igual que su padre, Andrés adoraba viajar. Cada verano pasaba semanas recorriendo ciudades, conociendo diferentes culturas, soñando despierto durante cada nueva experiencia, encontrando interesante aprender de los demás y anhelando poder regresar y comunicar a quienes se habían quedado acerca de la riqueza que reside en la diversidad de personas, costumbres, paisajes.
Eduardo, por el contrario, detestaba socializar con otra gente. Durante sus vacaciones prefería quedarse encerrado escuchando música, actividad comprensible cuando quien la practica es alguien tan tímido como él. Parecía ser la sombra de su hermano, siempre detrás de los logros y virtudes del mayor; aunque en su interior mantenía oculta cierta admiración por él.
Durante el último viaje que Andrés realizó, visitó la provincia de Salta y quedó enamorado de un pueblo del valle, llamado Campo Quijano. El lugar brindaba calidez y tranquilidad; oficiaba de puente entre él y la naturaleza… era un sitio donde conectarse con el centro mismo de su ser, con sus inquietudes más profundas y sus pensamientos más puros.
El camino de regreso fue largo y le permitió reflexionar al viajero acerca de sus experiencias y de su vida en general. Fue entonces cuando decidió escribir un libro donde pudiera volcar sus saberes acerca de lo que el consideraba virtudes de la vida, y las huellas que, paradójicamente, el camino recorrido había dejado en él.
Ya de regreso en Buenos Aires y “cocinando” su libro, el hijo mayor pensaba cuál era la idea principal que quería transmitir a través de sus palabras. En ese momento advirtió que a las vivencias que pretendía contar, aún les faltaba un paso muy importante… porque entre viaje y viaje, había descuidado su mayor tesoro: su hermano menor, quien había crecido con él y compartido toda su niñez, a pesar de sus diferencias, y a quien quería como a nadie en el mundo. Fue entonces que descubrió lo que él realmente quería enseñar a quienes lean su libro… porque advirtió que durante todos sus viajes algo en su corazón le provocaba un vacío, como si él marchara, pero su esencia quedara en su lugar de origen. Entonces encontró el verdadero significado de su caminar, y recordando algún viejo texto, pensó: andarás miles de senderos, pero vayas donde vayas, nunca olvides que allí donde esté tu tesoro, también estará tu corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario